Song: A la vacuna
Artist:  Cinexfilo
Year: 2021
Viewed: 86 - Published at: 5 years ago

[Intro]

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[Verso 1]

Vasconcelos ilustre, en cuyas manos
El gran monarca del imperio ibero
Las peligrosas riendas deposita
De una parte preciosa de sus pueblos;
Tú que, de la corona asegurando
En tus vastas provincias los derechos
Nuestra paz estableces, nuestra dicha
Sobre inmobles y sólidos cimientos;
Iris afortunado que las negras
Nubes que oscurecían nuestro cielo
Con sabias providencias ahuyentaste
El orden, la quietud restituyendo;
Órgano respetable, que al remoto
Habitador de este ignorado suelo
Con largueza benéfica trasmites
El influjo feliz del solio regio;
Digno representante del gran Carlos
Recibe en nombre suyo el justo incienso
De gratitud, que a su persona augusta
Tributa la ternura de los pueblos;
Y pueda por tu medio levantarse
Nuestra unánime voz al trono excelso
Donde, cual numen bienhechor, derrama
Toda especie de bien sobre su imperio;
Sí, Venezuela exenta del horrible
Azote destructor, que, en otro tiempo
Sus hijos devoraba, es quien te envía
Por mi tímido labio sus acentos
¿Venezuela? Me engaño. Cuantos moran
Desde la costa donde el mar soberbio
De Magallanes brama enfurecido
Hasta el lejano polo contrapuesto;
Y desde aquellas islas venturosas
Que ven precipitarse al rubio Febo
Sobre las ondas, hasta las opuestas
Filipinas, que ven su nacimiento
De ternura igualmente poseídos
Sé que unirán gustosos a los ecos
De mi musa los suyos, pregonando
Beneficencia tanta al universo
Tal siempre ha sido del monarca hispano
El cuidadoso paternal desvelo
Desde que las riberas de ambas Indias
La española bandera conocieron

Muchas regiones, bajo los auspicios
Españoles produce el hondo seno
Del mar; y en breve tiempo, las adornan
Leyes, industrias, población, comercio
El piloto que un tiempo las hercúleas
Columnas vio con religioso miedo
Aprende nuevas rutas, y las artes
Del antiguo traslada al mundo nuevo
Este mar vasto, donde vela alguna
No vieron nunca flamear los vientos;
Este mar, donde solas tantos siglos
Las borrascas reinaron o el silencio
Vino a ser el canal que, trasladando
Los dones de la tierra y los efectos
De la fértil industria, mil riquezas
Derramó sobre entrambos hemisferios
Un pueblo inteligente y numeroso
El lugar ocupó de los desiertos
Y los vergeles de Pomona y Flora
A las zarzas incultas sucedieron
No más allí con sanguinarios ritos
El nombre se ultrajó del Ser Supremo
Ni las inanimadas producciones
Del cincel, le usurparon nuestro incienso;
Con el nombre español, por todas partes
La luz se difundió del evangelio
Y fue con los pendones de Castilla
La cruz plantada en el indiano suelo
Parecía completa la grande obra
De la real ternura; en lisonjero
Descanso, las nacientes poblaciones
Bendecían la mano de su dueño
Cuando aquel fiero azote, aquella horrible
Plaga exterminadora que, del centro
De la abrasada Etiopía transmitida
Funestó los confines europeos
A las nuevas colonias trajo el llanto
Y la desolación; en breve tiempo
Todo se daña y vicia; un gas impuro
La región misma inficionó del viento;
Respirar no se pudo impunemente;
Y este diáfano fluido en que elemento
De salud y existencia hallaron siempre
El hombre, el bruto, el ave y el insecto
En cuyo seno bienhechor extrae
La planta misma diario nutrimento
Corrompiose, y en vez de dones tales
Nos trasmitió mortífero veneno
Viéronse de repente señalados
De hedionda lepra los humanos cuerpos
Y las ciudades todas y los campos
De deformes cadáveres cubiertos
No; la muerte a sus víctimas infaustas
Jamás grabó tan horroroso sello;
Jamás tan degradados de su noble
Belleza primitiva, descendieron
Al oscuro recinto del sepulcro
Humanidad, tus venerables restos
La tierra las entrañas parecía
Con repugnancia abrir para esconderlos
De la marina costa a las ciudades
De los poblados pasa a los desiertos
La mortandad; y con fatal presteza
Devora hogares, aniquila pueblos
El palacio igualmente que la choza
Se ve de luto fúnebre cubierto;
Perece con la madre el tierno niño;
Con el caduco anciano, los mancebos
Las civiles funciones se interrumpen;
El ciudadano deja los infectos
Muros; nada se ve, nada se escucha
Sino terror, tristeza, ayes, lamentos
¡Qué de despojos lleva ante su carro
Tisífone! ¡Qué número estupendo
De víctimas arrastran a las hoyas
La desesperación y el desaliento!
¡Cuántos a manos mueren del más duro
Desamparo! Los nudos más estrechos
Se rompen ya: la esposa huye al esposo
El hijo al padre y el esclavo al dueño
¡Qué mucho si las leyes autorizan
Tan dura división!... Tristes degredos
Hablad vosotros; sed a las edades
Futuras asombroso monumento
Del mayor sacrificio que las leyes
Por la pública dicha prescribieron;
Vosotros, que, en desorden espantoso
Mezclados presentáis helados cuerpos
Y vivientes que luchan con la Parca
En cuyo seno oscuro, digno asiento
Hallaron la miseria y los gemidos;
Mal segura prisión, donde el esfuerzo
Humano, encarcelar quiso el contagio
Donde es delito el santo ministerio
De la piedad, y culpa el acercarse
A recoger los últimos alientos
De un labio moribundo, donde falta
Al enfermo infelice hasta el consuelo
De esperar que a los huesos de sus padres
Se junten en el túmulo sus huesos
Tú también contemplaste horrorizada
De aquella fiera plaga los efectos;
Tú, mar devoradora, donde ejercen
La tempestad y los airados Euros
Imperio tan atroz, donde amenaza
Aliado con los otros tu elemento
Cada instante un naufragio; entonces diste
Nuevo asunto al pavor del marinero;
Entonces diste a la severa Parca
Duplicados tributos. De su seno
Las apestadas naves vomitaron
Asquerosos cadáveres cubiertos
De contagiosa podre. El desamparo
Hizo allí más terrible, más acerbo
El mortal golpe; en vano solicita
Evitar en la tierra tan funesto
Azote el navegante; en vano pide
El saludable asilo de los puertos
Y reclamando va por todas partes
De la hospitalidad los santos fueros;
Las asustadas costas le rechazan
Pero corramos finalmente el velo
A tan tristes objetos, y su imagen
Del polvo del olvido no saquemos
Sino para que, en cánticos perennes
Bendigan nuestros labios al Eterno
Que ya nos ve propicio, y, al gran Carlos
De sus beneficencias instrumento

Suprema Providencia, al fin llegaron
A tu morada los llorosos ecos
Del hombre consternado, y levantaste
De su cerviz tu brazo justiciero;
Admirable y pasmosa en tus recursos
Tú diste al hombre medicina, hiriendo
De contagiosa plaga los rebaños;
Tú nos abriste manantiales nuevos
De salud en las llagas, y estampaste
En nuestra carne un milagroso sello
Que las negras viruelas respetaron
Jenner es quien encuentra bajo el techo
De los pastores tan precioso hallazgo
Él publicó gozoso al universo
La feliz nueva, y Carlos distribuye
A la tierra la dádiva del cielo

Carlos manda; y al punto una gloriosa
Expedición difunde en sus inmensos
Dominios el salubre beneficio
De aquel grande y feliz descubrimiento
Él abre de su erario los tesoros;
Y estimulado con el alto ejemplo
De la regia piedad, se vigoriza
De los cuerpos patrióticos el celo
Él escoge ilustrados profesores
Y un sabio director, que, al desempeño
De tan honroso cargo, contribuyen
Con sus afanes, luces y talento
¡Ilustre expedición! La más ilustre
De cuantas al asombro de los tiempos
Guardó la humanidad reconocida;
Y cuyos salutíferos efectos
A la edad más remota propagados
Medirá con guarismos el ingenio
Cuando pueda del Ponto las arenas
O las estrellas numerar del cielo
Que de polvo se cubran para siempre
Estos tristes anales, donde advierto
Sobre humanas cenizas erigidos
De una bárbara gloria los trofeos

Expedición famosa, tú desluces
Tú sepultas en lóbrego silencio
Aquellas melancólicas hazañas
Que la ambición y el fausto sugirieron;
Tú, mientras que guerreros batallones
En sangre van sus pasos imprimiendo
Y sobre estragos y rüina corren
A coronarse de un laurel funesto
Ahuyentas a la Parca de nosotros
A costa de fatigas y desvelos;
Y en galardón recibes de tus penas
El llanto agradecido de los pueblos
Con destrucción, cadáveres y luto
Marcan su infausta huella los guerreros;
Y tú, bajo tus pies, por todas partes
La alegría derramas y el consuelo
A tu vista, los hórridos sepulcros
Cierran sus negras fauces; y sintiendo
Tus influjos, vivientes nuevos brota
Con abundancia inagotable el suelo
Tú, mientras la ambición cruza las aguas
Para llevar su nombre a los extremos
De nuestro globo, sin pavor arrostras
La cólera del mar y de los vientos
Por llevar a los pueblos más lejanos
Que el sol alumbra, los favores regios
Y la carga más rica nos conduces
Que jamás nuestras costas recibieron
La agricultura ya de nuevos brazos
Los beneficios siente, y a los bellos
Días del siglo de oro, nos traslada;
Ya no teme esta tierra que el comercio
Entre sus ricos dones le conduzca
El mayor de los males europeos;
Y a los bajeles extranjeros, abre
Con presuroso júbilo sus puertos
Ya no temen, en cambio de sus frutos
Llevar los labradores hasta el centro
De sus chozas pacíficas la peste
Ni el aire ciudadano les da miedo
Ya con seguridad la madre amante
La tierna prole aprieta contra el pecho
Sin temer que le roben las viruelas
De su solicitud el caro objeto
Ya la hermosura goza el homenaje
Que el amor le tributa, sin recelo
De que el contagio destructor, ajando
Sus atractivos, le arrebate el cetro
Reconocidos a tan altas muestras
De la regia bondad, nuestros acentos
De gratitud a los remotos días
De la posteridad trasmitiremos
Entonces, cuando el viejo a quien agobia
El peso de la edad pinte a sus nietos
Aquel terrible mal de las viruelas
Y en su frente arrugada, muestre impresos
Con señal indeleble los estragos
De tan fiero contagio, dirán ellos:
«Las virüelas, cuyo solo nombre
Con tanto horror pronuncias, ¿qué se han hecho?»
Y le responderá con las mejillas
Inundadas en lágrimas de afecto:
«Carlos el Bienhechor, aquella plaga
Desterró para siempre de sus pueblos»
¡Sí, Carlos Bienhechor! Este es el nombre
Con que ha de conocerte el universo
El que te da Caracas, y el que un día
Sancionará la humanidad y el tiempo
De nuestro labio, acéptale gustoso
Con la expresión unánime que hacemos
A tu persona y a la augusta Luisa
De eterna fe, de amor y rendimiento
Y tú que del ejército dispones
En admirables leyes el arreglo
Y el complicado cuerpo organizando
De la milicia, adquieres nombre eterno;
Tú, por quien de la paz los beneficios
Disfruta alegre el español imperio
Y a cuya frente vencedora, honroso
Lauro los cuerpos lusitanos dieron;
Tú, que, teniendo ya derechos tantos
A nuestro amor, al público respeto
Y a la futura admiración, añades
A tu gloriosa fama timbres nuevos
Protegiendo, animando la perpetua
Propagación de aquel descubrimiento
Grande y sabio Godoy, tú también tienes
Un lugar distinguido en nuestro pecho
Y a ti, Balmis, a ti que, abandonando
El clima patrio, vienes como genio
Tutelar, de salud, sobre tus pasos
Una vital semilla difundiendo
¿qué recompensa más preciosa y dulce
Podemos darte? ¿Qué más digno premio
A tus nobles tareas que la tierna
Aclamación de agradecidos pueblos
Que a ti se precipitan? ¡Oh, cuál suena
En sus bocas tu nombre!... ¡Quiera el Cielo
De cuyas gracias eres a los hombres
Dispensador, cumplir tan justos ruegos;
Tus años igualar a tantas vidas
Como a la Parca roban tus desvelos;
Y sobre ti sus bienes derramando
Con largueza, colmar nuestros deseos!

[Outro]

Verso terminado con 1.847 palabras por CinexfiloMusic

( Cinexfilo )
www.ChordsAZ.com

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